viernes, 6 de noviembre de 2015

¿Cómo pretendemos calmar la violencia?

Ésta es una pregunta desconcertante de la cual demandamos respuestas, pero las escasas propuestas no logran abarcar una mínima parte de sus implicaciones. Empezando por el hecho de que con frecuencia se utiliza la palabra “combatir” con lo cual inmediatamente se cae en una actitud que induce a pensar en violencia; por lo tanto, sería conveniente buscar un término más significativo, que nos sugiriera otras vertientes para enfrentar el problema, como evitar o calmar.

La muy codiciada paz se construye día a día en cada individuo, familia y comunidad.


Debemos comprender que la muy codiciada paz se construye día a día en cada individuo, familia y comunidad, antes que en la sociedad, y no se puede dejar esta construcción exclusivamente en manos de las personas que ejercen cargos públicos. Tampoco se puede esperar que imponer un castigo a quienes ejecutan actos violentos recompense a los afectados y les devuelva su tranquilidad. Considero que más que únicamente reaccionar, o tomar medidas paliativas, hay que actuar sobre el núcleo del problema.

Pero, ¿cómo podemos llamarnos civilizados, cuando ni siquiera somos capaces de dar la vía al ciudadano del otro vehículo para que el proceso de transportarnos sea lo menos estresante para todos?

Hace falta mucha educación, inculcar principios morales y éticos, compromiso por el bien común, comprensión de la dignidad humana, trabajo duro y no mediocre; en fin, habrá muchas sugerencias más que nos permitan disminuir el clima violento que nos asfixia.

Los actos de violencia que se publican en los medios de comunicación, se comentan en las conversaciones o vemos en las calles, nos afectan a todos los guatemaltecos aunque no las recibamos directamente porque formamos parte de una misma sociedad; nos producen una psicosis en la cual sentimos vedado el derecho a circular por las calles, a la expresión, a la libre empresa.

El ser humano también tiene una dimensión política adquirida, no al participar en X o Y partido, sino simplemente al ser parte de la “polis”, Estado o la ciudad, cada actividad que se realiza en ella es política. Es un deber moral el velar por la construcción de un mejor país desde nuestros hogares, lugar de trabajo, estudios, etcétera, al comprometernos con la excelencia, al influir positivamente en las personas a nuestro alrededor.

Las figuras propuestas para ocupar cargos públicos deberían ser reconocidas por su apuesta constante a la construcción de la paz, al desarrollo social y evidente equilibrio en todas las dimensiones humanas, y nunca por promesas con cimientos débiles incapaces de soportar un proyecto razonable de nación. Ahora bien, ¿qué tipo de paz podemos esperar cuando ni siquiera se logra por parte de los candidatos una participación objetiva y culta en actividades de comunicación de ideas?

El camino hacia el progreso no se puede construir buscando el “estar mejor yo” cuando se perjudica a los demás, pues al final tampoco se logra el bienestar propio. En cambio, el velar por la paz aunque parezca un trabajo más elaborado, es recompensado exponencialmente con satisfacciones y crecimiento tanto personal, como colectivo.

Parque central de Quetzaltenango, Guatemala




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