viernes, 30 de octubre de 2015

Querida Gaby

Guatemala, día / mes / año


Querida Gaby,

Estoy desenamorada del mundo.  Resulta que el hobby oficial es el de estar “todos contra todos”: patronos vrs. trabajadores y trabajadores vrs. patronos; pobres contra ricos y ricos contra pobres; y de la misma forma, en ida y vuelta, Estado-pueblo, derecha-izquierda, jóvenes-adultos, hombres-mujeres.

Nada parece tener sentido y me siento decepcionada de las actitudes de algunas personas, en especial del egoísmo.  Nadie piensa en los demás y creemos que el “yo” es el centro del Universo. 

Se cometen tantas injusticias bajo las sombras de poderes que no son más que invenciones del mismo mundo.  La avaricia consume tanto a quienes la poseen como a los que se atraviesan en su camino. Lo peor es que el ambiente asfixiante nos hace creer que no hay solución y caer en la desesperanza.

Pero al final de todo siempre hay una luz que brilla y para animar la caminata que de todas formas nos toca hacer es necesario motivación; y como la vida no se tomará la molestia de re-enamorarme tendré que seducirla y conquistarla yo a ella.  ¿Cómo lo haré?  Eso es lo que necesito resolver; estaré trabajando en ello.


Con cariño,


Miriam

viernes, 23 de octubre de 2015

¿En dónde hemos dejado nuestra humanidad?


Esa pregunta me hago muchas veces cuando veo a personas en el tráfico peleando unas contra otras por pasar mientras en lugar de esto todos podríamos colaborar para que fluya de una mejor manera; eso me pregunto cuando se molestan y gritan por cuestiones sin sentido.

Esa pregunta me hice precisamente cuando mi hermana me contó exaltada lo que le sucedió en una gasolinera: una pareja en una camioneta que se colocó detrás de ella en la fila empezó a encender sus luces y bocinar para que saliera rápido de la bomba.  Por más que ella quisiera la gasolina no se dispensa más rápido; además, mi hermana se encontraba embarazada y obviamente en esa condición no es tan fácil hacer acrobacias para saltar en un dos por tres dentro del carro.    

¿Qué hace que nos sintamos más que los demás para culparlos de nuestras prisas, para querer moverlos a nuestro antojo? O bien, en situaciones opuestas, ¿qué hace que no nos importe hacerlos esperar como si su tiempo no valiese cuando podemos ayudarles sin que nos cueste nada?

Ni siquiera pudo conmoverles el embarazo de mi hermana porque al entrar en su carro el conductor de la camioneta golpeó su vidrio trasero.  Ofendida mi hermana con la falta de respeto sale nuevamente y le pregunta a la compañera del conductor si hay algún problema, a lo cual ella le responde con un relampagueo de luces y le grita: “Apúrese que tengo que llenar mi tanque”.  ¿De qué le servía apresurar a mi hermana si el conductor ni siquiera había regresado de pagar en caja?  Frente a todo esto estaban los guardias de la estación y no hicieron nada; al dirigirse a ellos solo le responden: “Así es la gente, seño”.

Me sigo preguntando, ¿creerán que su mamá no estuvo en la misma condición cuando los estaba esperando? ¿Les hubiese gustado que la tratasen así?  Creo que no.  Y aunque no se tratase de una mujer embarazada, ¿acaso no nos merecemos todos respeto?  Se nos olvida que un ser querido o nosotros mismos podemos estar en una situación como ésta.

El caso suena bastante desconsolador, sin embargo, unos días después me sucedió algo que me hace recordar que siempre hay esperanza.  Yo conduzco una motocicleta estilo “pasola” para dirigirme a la Universidad en la que trabajo.  Aunque me da pena admitirlo, primero por distraída y luego por confiar que la eficiencia de mi moto me llevaría más lejos, me quedé sin gasolina en el redondel del bulevar Austriaco.  De inmediato comencé a empujar la moto en una orilla, logrando subir a ella solo en una pequeña bajada.  Cerca del redondel de Cayalá un compañero motorista se detuvo a ofrecerme ayuda.  Al principio estaba desconcertada y dudando si no tendría alguna mala intención, pero todo lo contrario, desinteresadamente compartió un poco de su combustible conmigo para que pudiera llegar a la próxima gasolinera. 

En fin, creo que nuestra humanidad aún sigue allí, aunque sea escondida.  No dejemos que se nos pierda por el estrés de la vida diaria, el egoísmo o simplemente porque sí.

viernes, 2 de octubre de 2015

Yo no soy una dama, simplemente soy mujer



Yo no soy una dama, pues no espero a que me abran la puerta o me coloquen la silla, ¡si es tan fácil moverlas yo misma!  No necesito que me inviten a comer o a salir, yo puedo comprar el café que me tomaré, y si no tengo para ello, pues es mejor tomar el de la oficina.  Eso me da la libertad de pedir a mi gusto y no ser dependiente de la voluntad, gustos o humor ajenos ni me pone en aprietos para convencer o seducir a otro para tener algo.

Aunque debo admitir que de vez en cuando, para ocasiones especiales, luzco un par de tacones, no me creo esa idea, no sé si represiva, autodestructiva o ambas, de que usar zapatos bajos es andar en “fachas”;  yo disfruto de toda la cómoda y práctica condición de no tener que balancear delicadamente todo el peso de mi cuerpo en dos palitos teniendo las plantas completas de los pies.  Además, mi altura ya es suficiente, pero me pregunto ¿habrá alguna altura que sea insuficiente?

Puedo cargar pesos moderados, colocar el garrafón de agua pura y llevar mis propias cosas cuando voy a algún lugar.  ¿Será posible que la complexión de las mujeres sea tan débil y la de los hombres sea el doble de resistente?  Lo dudo, definitivamente no es la misma, pero mi complexión femenina sí me ha permitido siempre trasladar mi equipaje e incluso otras cargas.
Si me ofrecen ayuda de cualquier tipo me gusta que sea porque soy un ser humano y no una “damisela en apuros”. ¿Es que acaso los hombres no necesitan también ayuda en algún momento?

A mí no me gustaría que el “varón de la casa” fuera a llenar mi tanque de gasolina para no “exponerme” al peligro; a mí me gusta pasar a autoservicio a echar el combustible que consumo.  Es más, yo ando en motocicleta, bueno, es más bien una pequeña motoneta, pero no se alarmen, conducir carro antes tampoco era algo glamoroso sino tarea o privilegio de los hombres.

Casi se me olvidaba, aunque sé manejar las artes cuasi-ocultas del maquillaje, no me asusta salir de casa sin esos retoques ni me esclavizo a ellos; antes prefiero mostrarme al natural, tal y como soy con imperfecciones  y, de paso, dormir un tiempecito más en las mañanas.  La apariencia impecable raras veces se asoma por mi closet y cuando lo hace es una compañía un tanto quisquillosa.

No me da pena expresar lo que pienso para no sonar irreverente, ni dejo de hacer cosas porque no les parecerían agradables al resto; no necesito andar en grupo ni de un buen mozo que me lleve y que me traiga; no me molesta ensuciarme y, finalmente, no entiendo por qué es una obligación cargar cartera siempre.

Yo no soy una dama.  Tal vez me ha salvado  de esa preocupación, y sobre todo limitante, el estar más rodeada de mujeres independientes, seres completos por sí mismas, que por hombres.  A pesar de que luego estudié una profesión tradicionalmente de mayoría de género masculino no he estado rodeada de caballeros, lo cual tampoco me puse en la molestia de exigir, porque eso sí, si no se les recuerda y demanda, en estos tiempos la caballerosidad es sumamente escasa.  Pero bueno, al final no me es indispensable y fue más sencillo ser solo una compañera más.   ¿Estaré actuando equivocadamente?  No lo creo, estoy cambiando esquemas y patrones, al igual que muchas mujeres valientes que han decidido ser ellas mismas a su gusto.

Y por supuesto, respeto a todas las que sí son damas;  no por ello son personas superficiales o vacías, en muchos casos son personas admirables, exitosas y felices.   No puedo decir que ser una dama esté mal; creo que es una de las expresiones de la femineidad, aunque claro está, no su único componente, y que también puede ser una realización personal. Pero respecto a mí, prefiero no calificarme de esa forma, yo simplemente soy una mujer.