viernes, 25 de septiembre de 2015

Eso del amor...

El amor tiende a nada, pero lo es todo.  El amor debería serlo todo, pero tiende a nada.  No está en las palabras, pero se expresa en ellas.  Se demuestra con hechos, pero no se trata solo de ellos.  Se encuentra en lo más profundo del ser, pero a la vez invita a salir de sí mismo.

En la vida no he encontrado nada más complejo, pero al mismo tiempo es tan simple que no consta de partes ni tampoco se encuentran detalladas explicaciones de él porque no parecen ser necesarias; de alguna forma todas las personas parecen conocerlo, así que no se define aunque sí se describe extensamente.

A veces pareciera que lo guardamos porque no queremos que se nos acabe, pero totalmente opuesto a las leyes matemáticas y físicas, mientras más amor damos, más tenemos.
Las noticias de desesperanza del mundo nos pueden hacer creer que se está extinguiendo, pero en las crisis y en los momentos buenos que pasan todos los días nos damos cuenta de que sigue aquí, palpable entre nosotros.

¿De qué otra forma nos dispondríamos a cuidar de otros, a convivir con una persona a pesar de sus defectos, a brindar algo a alguien más, aunque sea solo una sonrisa?  ¿Por qué lo haríamos en lugar de procurar nuestra propia supervivencia?  Solamente el amor nos lleva a cometer locuras y al mismo tiempo nos da las fuerzas para mantenernos en él y a disfrutar sus implicaciones a pesar de ser tan agotador.

Solamente el amor puede ser tan fuerte y tan sutil para pasar desapercibido; aunque muchas veces se le atribuyen efectos que no son propios de él: obsesiones, dependencias, martirios, ilusiones.  Pero no, el verdadero amor siempre construye; trasciende al que lo genera y con quienes entra en contacto.

Las películas y las historias nos han hecho creer que es exclusivo de las parejas de enamorados.  Si bien es cierto que este amor “eros” está entre los más notables, llamativos e inquietantes, tiende a ser fugaz debido a que su intensidad lo consume rápidamente.  Es un amor de origen instintivo, por lo que puede alterar a la persona y la persona llega a él por un impulso.  Genera muchas confusiones porque la persona recibe luego una lluvia de impulsos y es difícil reconocer los que le llevarán a un amor más consistente.  Y es más complejo aun porque, debido a nuestras interrelaciones con los demás, estamos en una tormenta de lluvias.  A diferencia de los otros amores es limitado porque, para ser profundo y completo, debe ser exclusivo y demandar correspondencia del otro.

Sin embargo el amor tiene muchas formas, cada una con sus características, aunque ellas se entremezclan y no mantienen límites en nuestro ser.  Amistad, maternidad, paternidad, pasión, romance, autoestima, compañerismo, pertenencia, amor filial.  Todos están dentro de nosotros mismos; cuando sintamos que hace falta lo único que debemos hacer es buscar dentro y lo encontraremos. 

No debería esperar nada a cambio, sin embargo en más de algún momento sentimos la necesidad de recibirlo, pues claro, también estamos hechos para eso y somos merecedores de él porque el amor es ese “algo” con propiedades energizantes que nos llena y revitaliza. Es necesario para todo ser humano recibirlo; recibirlo sin exigirlo y sin despreciarlo; de no sentirlo desbordantemente entonces hay que buscarlo.  Hay que buscar ese lugar o espacio de acogida con anhelo pero sin agobio, con pasión pero con ternura, es decir, con amor.  Si ese sentimiento de falta aparece hay que pensar que tenemos muchos amores en nuestra vida y que aunque varios falten no faltará el de aquel Otro que es la fuente misma de él. 


¡Ay, el amor!  No es una cuestión física, pero se puede transmitir a través del cuerpo.  Es acoger y cuidar a los otros, pero no debe llegar a la sobreprotección ni al descuido propio.  Es un hacerse esclavo libremente sin perderme a mí mismo, sin dejar de ser yo; fusionarme sin desaparecer.   En fin, el amor tiende a nada, pero, al integrarlo, lo es todo.

viernes, 18 de septiembre de 2015

El "Otro"

Se trata del “Otro” con mayúscula, ese único e inigualable ser que no podemos comprobar su existencia pero que nos cautiva de tal manera que todos, en todos los tiempos, en algún momento, lo han y lo hemos buscado, aunque sea para negarlo.

Tratamos de imaginarlo, de explicarlo… pero solamente logramos darle figuras al estilo humano o de nuestro entorno, según nuestro entendimiento nos lo permite.  A veces se sale tanto de nuestro alcance que creemos que no existe, sin embargo nos ha marcado tan sutil y profundamente que no siempre logramos percatarnos de ello.

¿Que cómo sé que existe?  ¿Es que acaso podríamos dudar de lo que no tenemos percepción, de lo que no tenemos conciencia?  Si podemos dudar es porque en el fondo nos ha tocado y el inconsciente nos permite la idea de cuestionarlo.

Los filósofos son los que han intentado racionalizado.  A los que lo han buscado tan apasionadamente al punto de tener una relación cercana con Él los han llamado místicos.  Y cada persona, inclusive dentro de una misma creencia, tiene diferente idea de Él; esto es porque se acerca de tal forma, no a todos, sino a cada uno individualmente, que la experiencia de Él es inigualable.  Es más, no tiene que ser “Él”; puede ser “Ella”, ambos o más bien ninguno de los dos géneros.

Otra prueba es el amor.  El amor no es realmente una cualidad humana.  Naturalmente somos egoístas, destructores, hasta insensibles; el instinto fisiológico de supervivencia nos puede hacer pasar sobre cualquiera y sobre cualquier cosa.  Sin embargo, amamos, somos susceptibles al amor,  inclusive en el peor de los casos se muestra amor en alguna medida aunque sea en limitadas circunstancias.  En muchas, incontables ocasiones se llega a amar extendida e intensamente.  ¿De dónde nos viene esto?  De Dios.  El amor es una cualidad divina y el signo que Dios está en nosotros.  Él nos llena de amor y nos da la capacidad de darlo y recibirlo;  Él es la fuente.

Pueden llamarlo de diversas formas en diferentes partes del mundo, del Universo, pero es el mismo.  Siempre lo fue y siempre lo será.


viernes, 11 de septiembre de 2015

Ese otro...

Bueno, empezaré estos escritos, no por el principio, pues creo que este capítulo no es el primero en el orden de la vida, pero sí uno de los más conflictivos, sino el más conflictivo para todos.  Sí, sin generalizar imperfectamente, para todos.

De hecho es un tema que me ha dado vueltas en la cabeza desde hace algún tiempo y me ha hecho darme cuenta de que me gusta filosofar.  Más que eso me ha hecho hacer un alto para empezar a escribir mis reflexiones filosóficas porque me ha impactados tanto últimamente que me parece ha distorsionado mi antigua forma de ver y vivir la vida que tanto me gustaba.  Sin embargo, no quiero seguir dejando pasar mis pensamientos, por lo que trataré de incluir en mis escritos tanto la que fui, aunque no creo que esa esencia haya dejado mi ser; la que soy, aunque no me agrade del todo; y la que seré, aunque signifique que me estoy redefiniendo para vivir en plenitud.

Eso me intriga y lo que me intriga me impulsa, y lo que me impulsa me rescata del agujero en donde me encuentro.

Sí, encontrar “ese otro especial” pareciera ser una tarea encomendada por saber ni quien y a la vez una travesía sin mapa para descubrir un tesoro que ¡no tenemos idea ni qué es!

Exacto, es así de complicado y complejo el proceso que llegué a pensar en él como un milagro, como ese tipo de cosas que demuestran que Dios existe porque sucede muy frecuentemente a pesar de lo difícil que es.  Me sorprende tanto a veces que las personas encuentren pareja porque se tienen que cumplir varias condiciones:

  1. Que yo le guste al otro, le atraiga al otro… bueno, tal vez eso no es tan difícil.
  2. Que a mí me gusto el otro.  Allí se aumenta el grado de complejidad de la situación.
  3. Que coincidamos en el tiempo y en el espacio, y
  4. Que se den las condiciones necesarias en el medio para poder compartir, convivir, que el contexto lo permita… para bueno ese otro es hijo de la familia enemiga o resulta que se tiene que ir a vivir a algún lugar lejano…


Hacer coincidir todo esto no puede ser obra de la casualidad, y mantener la relación son “otros veinte pesos”. 

Luego, analizando la dinámica más fríamente, me puse a pensar que es algo tan común que resulta por dos cosas muy simples: voluntad y conveniencia.  Es más, ¡ni si quiera se deben de dar las dos juntas!  Una posición extremadamente opuesta, ¿no?

Al analizar este aspecto de la vida se puede observar que no es algo ajeno, es una faceta plenificante del ser humano ya que lo hace “ser” para alguien.  Lo importante es aprender a transformar el enamoramiento del amor eros en algo más constante; es colocar cera a la mecha para que no se consuma vorazmente, sino que dé luz y calor de forma más prolongada.  Al final creo que lo más importante al tener a ese “otro” al lado es alimentar día a día el amor mutuo; construir al otro y construirme a mí misma como mejor persona, porque el amor no se encuentra, el amor se construye.  Lo importante de una relación es tener la capacidad de darse del todo para al mismo tiempo llenarse por dentro y por fuera, y, procurando también, si debe darse una separación, de hacerla con madurez para no lastimar ni al otro ni a mi persona y poder seguir adelante con la satisfacción de lo vivido.

Profundo, ¿verdad? Tal vez por eso es uno de los temas de conversación por excelencia, es el tema central de infinitas historias en todos los tiempos y sociedades y ha sido y seguirá siendo la inspiración de muchas obras en todo tipo de arte tanto porque se dé felizmente esa conexión o no.

Y a pesar de los desencantos volvemos a caer en el anhelo de ese otro que sea para mí y sea uno conmigo porque el estado de euforia que produce es tal que nos lleva un paso afuera de nuestro raciocinio y de nuestro yo, ¿cierto?