lunes, 16 de septiembre de 2019

Lo que aprendí en un monasterio



Tuve la oportunidad de vivir cerca de tres meses en un monasterio de clausura.   Aunque ustedes no lo crean todavía existen en el siglo XXI y con miembros lo suficientemente activos para mantenerlos en pie.

Antes de mi estadía conocí desde fuera a las monjas que habitan en el monasterio y me di cuenta, sobre todo, que son personas normales, como todas, con metas, preocupaciones, trabajo, inclusive sentido del humor y demás. Eso sí, pude percibir que la vida ahí es como trasladarse a un universo paralelo, no porque estén totalmente aisladas, al contrario, se mantienen muy al día de las noticias, sino porque viven la vida a su ritmo y con sus propias reglas. 

Sin ánimo de entrar en detalles sobre el día a día en el monasterio, quiero compartirles las valiosas lecciones que aprendí ahí:

1) Disfrutar de todo lo que se hace. Al cambiar nuestra actitud para disfrutar lo que hacemos, sea lo que sea, nuestro ser lo recibe y lo realiza de una forma más suave y fluida. Siempre habrá actividades que nos gustan más que otras y tareas que debemos realizar por ser parte de nuestras responsabilidades u obligaciones, pero sin importar lo que sea: oficio, recreación, meditación, estudio, hazlo con gusto.  Ojo, también mencioné la recreación ya que en ocasiones no nos permitimos disfrutar nuestro tiempo libre.

2) Es mejor vivir de forma sencilla.  El consumismo nos desgasta y nos deja vacíos por dentro.  Es posible subsistir en este mundo evitando acumular demasiado sin dejar de lado la comodidad necesaria para tener una vida placentera. (¡Oh sorpresa! Esto ya había sido descubierto y es conocido como “minimalismo”).  Vivir de forma sencilla implica cuidar todo lo que se tiene con un sentido de pertenencia pero al mismo tiempo considerándolo como un préstamo, incluyendo al medio ambiente; sin embargo no se trata tampoco caer en el extremo de la miseria.  Es un fino arte de encontrar un balance para habitar en un lugar digno, es decir, limpio y con todo lo que se necesita para desempeñarse, descansar y recrearse.

3) No tomar las cosas demasiado en serio y no dejarse afectar por las opiniones de los demás.  Claro, sí debemos escuchar con respeto sus opiniones para analizar sus argumentos y tomar lo que nos sirva; el resto simplemente debemos desecharlo. Recordemos que nuestra percepción de las situaciones no es la realidad ya ésta está influenciada por nuestra subjetividad; por lo tanto las percepciones de un mismo hecho pueden variar.  Lo mismo sucede inclusive con las frases o hasta palabras que nos dirigen los demás.

4) Aceptarse tal cual se es.  No podemos ser quienes no somos, por lo cual es mejor ser sinceros con nosotros mismos y aceptar nuestras actitudes, ideas, temperamento, cualidades, defectos, etc. Seamos realistas, pasaremos toda una vida con nosotros mismos, así que es mejor conocernos y aceptar lo que nos está pasando: lo que sentimos, lo que nos disgusta, lo que deseamos. Esto incluso nos ayudará a evitar problemas ya que en gran parte los conflictos que tenemos con los demás se dan por cuestiones propias, internas que no reconocemos.  La auto aceptación abarca también dejar de hacer las cosas por querer quedar bien con los demás.

5) Y la última, pero la más importante: Dios me ama, me ha amado y me seguirá amando siempre, sin importar en dónde me encuentre, a qué me dedique, lo que haga o deje de hacer, si me equivoco catastróficamente o si llevo a cabo una gran hazaña para salvar a miles de personas.  Dios siempre me amará infinitamente.