viernes, 23 de octubre de 2015

¿En dónde hemos dejado nuestra humanidad?


Esa pregunta me hago muchas veces cuando veo a personas en el tráfico peleando unas contra otras por pasar mientras en lugar de esto todos podríamos colaborar para que fluya de una mejor manera; eso me pregunto cuando se molestan y gritan por cuestiones sin sentido.

Esa pregunta me hice precisamente cuando mi hermana me contó exaltada lo que le sucedió en una gasolinera: una pareja en una camioneta que se colocó detrás de ella en la fila empezó a encender sus luces y bocinar para que saliera rápido de la bomba.  Por más que ella quisiera la gasolina no se dispensa más rápido; además, mi hermana se encontraba embarazada y obviamente en esa condición no es tan fácil hacer acrobacias para saltar en un dos por tres dentro del carro.    

¿Qué hace que nos sintamos más que los demás para culparlos de nuestras prisas, para querer moverlos a nuestro antojo? O bien, en situaciones opuestas, ¿qué hace que no nos importe hacerlos esperar como si su tiempo no valiese cuando podemos ayudarles sin que nos cueste nada?

Ni siquiera pudo conmoverles el embarazo de mi hermana porque al entrar en su carro el conductor de la camioneta golpeó su vidrio trasero.  Ofendida mi hermana con la falta de respeto sale nuevamente y le pregunta a la compañera del conductor si hay algún problema, a lo cual ella le responde con un relampagueo de luces y le grita: “Apúrese que tengo que llenar mi tanque”.  ¿De qué le servía apresurar a mi hermana si el conductor ni siquiera había regresado de pagar en caja?  Frente a todo esto estaban los guardias de la estación y no hicieron nada; al dirigirse a ellos solo le responden: “Así es la gente, seño”.

Me sigo preguntando, ¿creerán que su mamá no estuvo en la misma condición cuando los estaba esperando? ¿Les hubiese gustado que la tratasen así?  Creo que no.  Y aunque no se tratase de una mujer embarazada, ¿acaso no nos merecemos todos respeto?  Se nos olvida que un ser querido o nosotros mismos podemos estar en una situación como ésta.

El caso suena bastante desconsolador, sin embargo, unos días después me sucedió algo que me hace recordar que siempre hay esperanza.  Yo conduzco una motocicleta estilo “pasola” para dirigirme a la Universidad en la que trabajo.  Aunque me da pena admitirlo, primero por distraída y luego por confiar que la eficiencia de mi moto me llevaría más lejos, me quedé sin gasolina en el redondel del bulevar Austriaco.  De inmediato comencé a empujar la moto en una orilla, logrando subir a ella solo en una pequeña bajada.  Cerca del redondel de Cayalá un compañero motorista se detuvo a ofrecerme ayuda.  Al principio estaba desconcertada y dudando si no tendría alguna mala intención, pero todo lo contrario, desinteresadamente compartió un poco de su combustible conmigo para que pudiera llegar a la próxima gasolinera. 

En fin, creo que nuestra humanidad aún sigue allí, aunque sea escondida.  No dejemos que se nos pierda por el estrés de la vida diaria, el egoísmo o simplemente porque sí.

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