Esa pregunta me hago muchas veces cuando veo a personas en el tráfico peleando unas contra otras por pasar mientras en lugar de esto todos podríamos colaborar para que fluya de una mejor manera; eso me pregunto cuando se molestan y gritan por cuestiones sin sentido.
Esa pregunta me hice precisamente cuando mi
hermana me contó exaltada lo que le sucedió en una gasolinera: una pareja en
una camioneta que se colocó detrás de ella en la fila empezó a encender sus
luces y bocinar para que saliera rápido de la bomba. Por más que ella quisiera la gasolina no se
dispensa más rápido; además, mi hermana se encontraba embarazada y obviamente
en esa condición no es tan fácil hacer acrobacias para saltar en un dos por
tres dentro del carro.
¿Qué hace que nos sintamos más que los demás
para culparlos de nuestras prisas, para querer moverlos a nuestro antojo? O
bien, en situaciones opuestas, ¿qué hace que no nos importe hacerlos esperar como
si su tiempo no valiese cuando podemos ayudarles sin que nos cueste nada?
Ni siquiera pudo conmoverles el embarazo de mi
hermana porque al entrar en su carro el conductor de la camioneta golpeó su
vidrio trasero. Ofendida mi hermana con
la falta de respeto sale nuevamente y le pregunta a la compañera del conductor
si hay algún problema, a lo cual ella le responde con un relampagueo de luces y
le grita: “Apúrese que tengo que llenar mi tanque”. ¿De qué le servía apresurar a mi hermana si el
conductor ni siquiera había regresado de pagar en caja? Frente a todo esto estaban los guardias de la
estación y no hicieron nada; al dirigirse a ellos solo le responden: “Así es la
gente, seño”.
Me sigo preguntando, ¿creerán que su mamá no
estuvo en la misma condición cuando los estaba esperando? ¿Les hubiese gustado
que la tratasen así? Creo que no. Y aunque no se tratase de una mujer
embarazada, ¿acaso no nos merecemos todos respeto? Se nos olvida que un ser querido o nosotros
mismos podemos estar en una situación como ésta.
El caso suena bastante desconsolador, sin
embargo, unos días después me sucedió algo que me hace recordar que siempre hay
esperanza. Yo conduzco una motocicleta
estilo “pasola” para dirigirme a la Universidad en la que trabajo. Aunque me da pena admitirlo, primero por
distraída y luego por confiar que la eficiencia de mi moto me llevaría más
lejos, me quedé sin gasolina en el redondel del bulevar Austriaco. De inmediato comencé a empujar la moto en una
orilla, logrando subir a ella solo en una pequeña bajada. Cerca del redondel de Cayalá un compañero
motorista se detuvo a ofrecerme ayuda. Al
principio estaba desconcertada y dudando si no tendría alguna mala intención,
pero todo lo contrario, desinteresadamente compartió un poco de su combustible
conmigo para que pudiera llegar a la próxima gasolinera.
En fin, creo que nuestra humanidad aún sigue
allí, aunque sea escondida. No dejemos
que se nos pierda por el estrés de la vida diaria, el egoísmo o simplemente
porque sí.
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