viernes, 12 de febrero de 2016

Esos pequeños llamados niños

Los niños, esos pequeñuelos necesitados, no solo de alimento, vestido y techo, sino también de cuidados y tiempo.  Son esas creaturas llenas de vida y de inocencia, de ternura y energía.  Mi jefe dice que un niño es la mayor “obra de arte” de todo padre, y tiene toda la razón.  Los niños aprenden todo de sus mayores, quieren ser como ellos, los imitan y quieren tenerlos a su lado todo el tiempo; sin embargo los adultos, en nuestras ocupaciones diarias que muchas veces son sin sentido, les privamos de la atención que necesitan.   Es difícil dejar a un lado las cosas “de grandes” para ponerse a jugar con un niño o niña, para imaginar la “comidita” en trastecitos de juguete o mover carritos miniatura, pero al hacerlo se queda el alma tan llena y alegre que se encuentra realmente re-energizada. 

Si bien es cierto que ellos no tienen las preocupaciones del trabajo ni las responsabilidades de casa, nos enseñan que dejamos que se nos vaya la vida en cosas superfluas en lugar de disfrutar lo sencillo que tenemos en el ahora.   Nos muestran que vivimos pre–ocupados y guardando apariencias, en lugar de ser espontáneos como ellos.  Y lo peor es que muchas veces se descargan en ellos enojos causados por otras personas; cuando hacen sus dinámicos movimientos, risas y juegos, los mandan a callar o a estarse quietos, a “comportarse” según  lo establecido por nuestra sociedad de adultos.  Sí, bajo el pretexto de educarlos se desquitan con ellos los problemas con la pareja o los enojos y tensiones del trabajo.  En algunos casos inclusive a las personas les molestan sus muestran de cariño, siendo éstas las más sinceras y puras de este mundo.

No me mal interpreten, me imagino que tener a cargo la crianza de un pequeño debe ser sumamente complicado pues también es necesario mostrarles el buen camino y la sana convivencia , pero siento que hace falta que se les corrija con amor y se les eduque con amor.

Seguramente nuestros padres también querían lo mejor para nosotros, pero el mundo de los adultos nos pudo haber cohartado: “cuidado ahí”, “no corras”, “te vas a caer”; todo esto nos llenó de miedos, nos hizo limitar nuestras posibilidades, perder incluso nuestras habilidades físicas.  “No toques”, ¡pero si las experiencias entran por los sentidos! Tampoco puedo dejar de mencionar a las mamás que no dejan que sus hijos se ensucien porque al tenerlos impecables es un orgullo para ellas. Pero, ¡¿cómo se va a vivir la vida sin salir con algunas manchas?!  Imposible.  Y finalmente, ¿a cuántos niños no los han regañado fuertemente por hacer una travesura como tocar el maquillaje de mamá o los papeles de papá?  Lo cierto es que ellos únicamente querían imitar a sus padres, como lo hacen en todo, hasta en las posturas y gestos.  El error es de los padres por no estar pendientes de sus retoños.

Lo que más me entristece son los malos ejemplos que les damos: “No hay que pegar”, pero a ellos les pegan; “no mientas”, pero a ellos les mienten y engañan.  Y sin embargo siguen dando su amor incondicional y manteniendo su admiración… hasta que crecen y se vuelven como nosotros.

¡Ay, los niños! Hay que aceptar que en algunos momentos llegan a desesperar, pero que también tenemos mucho que aprender de ellos. ¡Uff! ¡Y de su capacidad de adaptación y supervivencia, ni hablemos!

Las actitudes que veo me hacen pensar en la formación tan poco integral que recibimos.  Nadie nos explica que los mensajes que enviamos, incluyendo los no verbales, se graban en el inconsciente, hasta que resultamos en el psicólogo años después intentando desmarañarlos.  No comprendemos que la motricidad de un infante aún no está desarrollada, y ¿a cuántos no han regañado por quebrar un plato o derramar el fresco?  En lugar de esto deberíamos ponerles ejercicios para desarrollar esa motricidad.  También nos hace falta enseñarles independencia y el valor de las cosas y del trabajo.  En fin, son tantas cosas que nos hace falta saber, y como bien dicen: nadie enseña a ser padre y los bebés no traen manual al nacer.


Intentemos adoptar en nosotros la forma tan natural de vivir de estos pequeños y no dejemos que nuestra limitada mentalidad de adultos condicione todas sus posibilidades o los marque de tal forma que no les permita abrirse a nuevas ideas, o peor aún, a realizarse o ser felices.  Tengamos el cuidado de no enviarles mensajes negativos o ambiguos, especialmente no lastimarlos con palabras hirientes.  En lugar de ello llenémoslos de seguridad y autoconfianza, y sobre todo del cariño que se merecen.


Con dedicatoria especial a mi sobrina y a mis primos pequeños.  Gracias por su astucia, alegría y sobre todo, por su amor.


Niños en las ruinas de Iximché, Guatemala

2 comentarios:

  1. Excelente artículo, me gusta tu enfoque y la forma en que valoras a los niños, no podría estar más de acuerdo con los aspectos que tratas, felicitaciones.

    ResponderBorrar
  2. ¡Muchas gracias por tu comentario! Definitivamente me motiva a seguir escribiendo ;)

    ResponderBorrar