Los niños, esos pequeñuelos necesitados, no solo de
alimento, vestido y techo, sino también de cuidados y tiempo. Son esas creaturas llenas de vida y de
inocencia, de ternura y energía. Mi jefe
dice que un niño es la mayor “obra de arte” de todo padre, y tiene toda la
razón. Los niños aprenden todo de sus
mayores, quieren ser como ellos, los imitan y quieren tenerlos a su lado todo
el tiempo; sin embargo los adultos, en nuestras ocupaciones diarias que muchas
veces son sin sentido, les privamos de la atención que necesitan. Es difícil dejar a un lado las cosas “de
grandes” para ponerse a jugar con un niño o niña, para imaginar la “comidita”
en trastecitos de juguete o mover carritos miniatura, pero al hacerlo se queda
el alma tan llena y alegre que se encuentra realmente re-energizada.
Si bien es cierto que ellos no tienen las preocupaciones
del trabajo ni las responsabilidades de casa, nos enseñan que dejamos que se
nos vaya la vida en cosas superfluas en lugar de disfrutar lo sencillo que
tenemos en el ahora. Nos muestran que
vivimos pre–ocupados y guardando apariencias, en lugar de ser espontáneos como
ellos. Y lo peor es que muchas veces se
descargan en ellos enojos causados por otras personas; cuando hacen sus
dinámicos movimientos, risas y juegos, los mandan a callar o a estarse quietos,
a “comportarse” según lo establecido por
nuestra sociedad de adultos. Sí, bajo el
pretexto de educarlos se desquitan con ellos los problemas con la pareja o los enojos
y tensiones del trabajo. En algunos
casos inclusive a las personas les molestan sus muestran de cariño, siendo
éstas las más sinceras y puras de este mundo.
No me mal interpreten, me imagino que tener a cargo la
crianza de un pequeño debe ser sumamente complicado pues también es necesario
mostrarles el buen camino y la sana convivencia , pero siento que hace falta
que se les corrija con amor y se les eduque con amor.
Seguramente nuestros padres también querían lo mejor para
nosotros, pero el mundo de los adultos nos pudo haber cohartado: “cuidado ahí”,
“no corras”, “te vas a caer”; todo esto nos llenó de miedos, nos hizo limitar
nuestras posibilidades, perder incluso nuestras habilidades físicas. “No toques”, ¡pero si las experiencias entran
por los sentidos! Tampoco puedo dejar de mencionar a las mamás que no dejan que
sus hijos se ensucien porque al tenerlos impecables es un orgullo para ellas.
Pero, ¡¿cómo se va a vivir la vida sin salir con algunas manchas?! Imposible.
Y finalmente, ¿a cuántos niños no los han regañado fuertemente por hacer
una travesura como tocar el maquillaje de mamá o los papeles de papá? Lo cierto es que ellos únicamente querían
imitar a sus padres, como lo hacen en todo, hasta en las posturas y
gestos. El error es de los padres por no
estar pendientes de sus retoños.
Lo que más me entristece son los malos ejemplos que les
damos: “No hay que pegar”, pero a ellos les pegan; “no mientas”, pero a ellos
les mienten y engañan. Y sin embargo
siguen dando su amor incondicional y manteniendo su admiración… hasta que
crecen y se vuelven como nosotros.
¡Ay, los niños! Hay que aceptar que en algunos momentos llegan
a desesperar, pero que también tenemos mucho que aprender de ellos. ¡Uff! ¡Y de
su capacidad de adaptación y supervivencia, ni hablemos!
Las actitudes que veo me hacen pensar en la formación tan
poco integral que recibimos. Nadie nos
explica que los mensajes que enviamos, incluyendo los no verbales, se graban en
el inconsciente, hasta que resultamos en el psicólogo años después intentando
desmarañarlos. No comprendemos que la
motricidad de un infante aún no está desarrollada, y ¿a cuántos no han regañado
por quebrar un plato o derramar el fresco?
En lugar de esto deberíamos ponerles ejercicios para desarrollar esa
motricidad. También nos hace falta
enseñarles independencia y el valor de las cosas y del trabajo. En fin, son tantas cosas que nos hace falta
saber, y como bien dicen: nadie enseña a ser padre y los bebés no traen manual
al nacer.
Intentemos adoptar en nosotros la forma tan natural de
vivir de estos pequeños y no dejemos que nuestra limitada mentalidad de adultos
condicione todas sus posibilidades o los marque de tal forma que no les permita
abrirse a nuevas ideas, o peor aún, a realizarse o ser felices. Tengamos el cuidado de no enviarles mensajes
negativos o ambiguos, especialmente no lastimarlos con palabras hirientes. En lugar de ello llenémoslos de seguridad y
autoconfianza, y sobre todo del cariño que se merecen.
Con dedicatoria especial a mi sobrina y a mis primos pequeños. Gracias por su astucia, alegría y sobre todo, por su amor.
![]() |
Niños en las ruinas de Iximché, Guatemala |